jueves, 26 de noviembre de 2009

Ya se bajó el telón

Francisco Ayala en 2007



Después de dejar el blog en manos del olvido durante un largo tiempo, he decidido volver a retomarlo, aprovechando esta primera entrada de la nueva era para hacer algo que tenía pendiente desde hace varias semanas: dedicarle unas líneas a Francisco Ayala, fallecido el pasado 3 de noviembre a los 103 años.

Lo primero que subrayaron los medios fue que había muerto el último representante de la Generación del 27. El mismo enunciado que habían utilizado para el fallecimiento de Rafael Alberti en 1999 y, posteriormente, para el de Pepín Bello en 2008. Lo más contradictorio es que se trata de los mismos medios, como si fueran capaces de aclararse y no les importara confundir a los lectores. Parece que los representantes vivos de la Generación del 27 no se les acaban nunca…

Con esto no quiero mostrar mi oposición a incluir a Ayala dentro de esta generación; al contrario, mi opinión es que, a pesar de que no poseyera fuertes lazos de unión con el resto de miembros, el compromiso de su obra y la época que le tocó vivir lo sitúan claramente dentro de ella. Sin embargo, la mayor parte de la crítica lo ha catalogado siempre como escritor inclasificable. En este mismo blog publiqué hace meses, con motivo del 103 cumpleaños de Ayala, un artículo que analiza los rasgos que lo distancian del 27. Se titula Francisco Ayala, escritor independiente. Remito a su lectura.

En él, hago referencia precisamente a esa personalidad independiente, poco dada al gregarismo, que poseía el escritor, que sin duda es un punto esencial en la polémica. En sus memorias, Ayala habla de los artistas del 27 como testigo de la época, nunca llegándolos a considerar tan cercanos como ellos se consideraban entre sí. Porque una de las grandes características de esa generación fueron los grandes lazos de unión surgidos entre sus miembros: cómo olvidar la íntima relación entre Lorca y Dalí, entre Aleixandre y Gregorio Prieto, el amor de Alberti y María Teresa León; la fuerte amistad de Jorge Guillén y Pedro Salinas, de Emilio Prados y Manuel Altolaguirre… Incluso el arisco Cernuda se encontraba en el centro del círculo, con la amistad que le unió a Lorca o a Aleixandre, sin olvidar su camaradería con Altolaguirre, en cuya casa pasó los últimos años de su vida. Pero no así Ayala. Él tenía sus propias amistades, era poco dado a asistir a las tertulias literarias que resultaban fundamentales para los escritores de su época, y continuamente estaba viajando fuera de España. Mi opinión es que precisamente su necesidad de independencia es el motivo más fuerte para que una parte de la crítica no lo catalogue dentro de la Generación del 27.

Ayala en 2007, durante la inauguración de su Fundación en el Palacete Alcázar Genil de Granada
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Dejando a un lado la polémica, Francisco Ayala ha constituido un claro ejemplo de lucidez hasta el final de sus días, pasado ya más de un siglo. Granadino de nacimiento, emigró a Madrid a los 16 años, y fue testigo del surgimiento del nazismo gracias a su estancia en Berlín entre 1929 y 1931. Caracterizado siempre por un fuerte compromiso político, ejerció como funcionario del Ministerio de Estado durante la Guerra Civil española, y posteriormente se vio obligado a exiliarse a Buenos Aires, trasladándose después a Puerto Rico y más tarde a Estados Unidos, donde dio clase en varias universidades. No se instalaría definitivamente en España hasta 1976. Con una vida tan ajetreada, no resulta extraño que llegara a afirmar que «La patria de un escritor es su lengua».

A lo largo de su vida nos ha dejado una fructífera obra compuesta de novelas, como Tragicomedia de un hombre sin espíritu (1922); recopilaciones de relatos, entre las que destacan El hechizado y otros cuentos (1972) o El jardín de las delicias (1971); y ensayos de temática literaria, filosófica y sociológica. También escribió unas memorias tituladas Recuerdos y olvidos, que terminó definitivamente en 2006, demostrándonos que a los 100 años de edad aún se encontraba en plena posesión de sus facultades, y que se consideran un testimonio único del siglo XX.

Pronto hará un mes de su fallecimiento, provocado por una bronquitis de la que no se recuperó. Y ahora sí que, definitivamente, los medios de comunicación no podrán volver a anunciar la muerte del último representante de la Generación del 27. Porque, verdaderamente, este era el último.


«Soy un cómico que lleva años esperando a que se baje el telón, pero no termina de bajarse. » (Francisco Ayala en 2007, durante su 102 cumpleaños)


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