martes, 4 de octubre de 2011

El poeta de dos caras


Acabo de leer que ayer se cumplió el 115º aniversario del nacimiento de Gerardo Diego (1896-1987), poeta y crítico de la Generación del 27. Abandonaré aquí la objetividad –si es que alguna vez la he alcanzado, aunque sea a medias- para confesar que se trata de la figura que menos simpatía me suscita de dicha generación literaria, siempre partiendo de mi enorme interés, en general, por este período.


Y sin embargo –curiosa contradicción- son precisamente dos versos de Gerardo los que dan nombre a este blog, pertenecientes a su poema Columpio, incluido dentro de su obra Imagen. Es esta obra, junto a Manual de espumas, las únicas que realmente salvaría de toda su trayectoria. Es posible que mi postura resulte presuntuosa y con alardes cervantinos –eso de quemar, metafóricamente hablando, todos los libros que no considero interesantes-; pero ya he anunciado al lector que en esta ocasión iba a pecar de subjetiva.

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COLUMPIO

A caballo en el quicio del mundo
un soñador jugaba al sí y al no

Las lluvias de colores
emigraban al país de los amores

Bandadas de flores

Flores de sí

Flores de no

Cuchillos en el aire
que le rasgan las carnes
forman un puente

No

Cabalgaba el soñador
Pájaros arlequines

cantan el sí

cantan el no


*El poema anterior es en realidad un caligrama, pero el sistema de edición de este blog no permite visualizarlo como tal.

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Imagen y Manual de espumas tienen en común que son sus obras puramente vanguardistas: en ellas encontramos ingeniosos caligramas que rayan en el ultraísmo –o creacionismo, también llamado por algunos críticos-, como acabamos de ver en Columpio. Pero en relación a la trayectoria de Diego, constituyen una magistral excepción, puesto que el resto de su poesía –la llamada tradicional- tiende al clasicismo: es el Gerardo archiconocido, el de El ciprés de Silos y el Nocturno. Estos que acabo de nombrar son, precisamente, dos de los más celebrados por la crítica. Yo, sin embargo, los encuentro anticuados si los enmarcamos en una época tan rica, vanguardísticamente hablando, como la Edad de Plata. Y tratando de no generalizar tanto, hay que reconocer también a Gerardo la originalidad de su poemario La fábula de Equis y Zeda, una curiosa mezcla de barroquismo y vanguardia. Esta vena tan alejada del resto de su poesía le viene dada seguramente por la influencia de quien fue su íntimo amigo, Juan Larrea, una de las figuras más importantes en la escuela del ultraísmo –que, recordemos, fue un movimiento que nació en España. El propio Gerardo Diego estuvo muy sumergido en dicha escuela, y colaboró en varias de sus revistas. Personalmente, considero una lástima que no hubiera desarrollado más esa faceta.

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Juan Larrea y Gerardo Diego


Dejando un poco de lado su estilismo poético, hay que decir que Gerardo Diego fue una figura algo particular en su entorno, en cuanto a que se alejó de la tendencia ideológica de la mayoría de sus compañeros de generación –me refiero, claro está, a los más conocidos. Es cierto que no fue el único que permaneció en España al terminar la Guerra Civil, pero sí el único absolutamente convencido de las ideas que regían la nueva dictadura, a pesar de que erróneamente exista la manía de dar por hecho que todo el que se quedó estaba de acuerdo con el franquismo, metiendo en el saco, por ejemplo, a Vicente Aleixandre, que de derechoso no tenía nada. Gerardo Diego, por el contrario, nunca ocultó su ideología. Son conocidos, por ejemplo, sus poemas dedicados a la Falange. Y entre unas cosas y otras, alguna enemistad más o menos consolidada se ganó, entre sus compañeros de generación. Y a esto le hemos de añadir los antiguos rencores nacidos de la selección de poetas para incluir en su famosa Antología poética de 1932 –hubo quien llegó a referirse a él como Gerardo, viejo cardo.

Sintetizando; Gerardo Diego fue un integrante un tanto especial de su generación; y un poeta de dos caras –desde luego, no se puede decir que siguiera un único estilo, puesto que pasaba de la vanguardia más atrevida al más tradicional de los clasicismos. Y a pesar de que no me sea simpático, he de reconocer su importancia en la historia de nuestra literatura. Era menester dedicarle al menos una entrada de este blog… Además de su título.

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