jueves, 3 de febrero de 2011

Vuelta al simbolismo

"Viajero frente a un mar de nubes", de Caspar David Friedrich


¿Huir? La fuga es el recurso romántico.

(Luis Cernuda)


Vuelvo a dedicar otra entrada a José Manuel Caballero Bonald, esta vez en referencia a su entrevista en Babelia hoy, en la que ha hablado sobre las tendencias de la poesía actual. En sus propias palabras, los jóvenes poetas están rompiendo con el realismo imperante en las últimas décadas para internarse por un simbolismo o un presurrealismo cuyas raíces se encuentran en la época de los románticos.

José Manuel Caballero Bonald, poeta de la Generación de los 50

¿Volvemos a alejarnos de la realidad? No olvidemos que el sentido del movimiento romántico del siglo XIX era evadirse en el tiempo y en el espacio, a mundos de fantasía o épocas antiguas idealizadas. Herederos en parte de ese romanticismo literario son otros movimientos desarrollados a lo largo de ese siglo; como el modernismo, el parnasianismo y, muy especialmente, el simbolismo. Y vayamos a la definición más célebre de simbolismo, aportada por uno de sus poetas integrantes, Jean Moréas, que consideró el movimiento como enemigo de la enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad y la descripción objetiva. Es decir, una huida de la racionalidad y un deseo de ausencia: de inventar un mundo construido a base de símbolos o de transformar el mundo que conocemos dando la vuelta a los cánones de realidad.

Paul Verlaine, poeta destacado del simbolismo francés

El simbolismo fue tan importante en el panorama literario que puede considerarse como precursor de una de las vanguardias surgidas tras la Primera Guerra Mundial: el surrealismo. El surrealismo desafía la lógica y la razón a través de imágenes conseguidas a partir de la escritura automática, que profundiza en las teorías freudianas de la interpretación de los sueños. Al contrario de lo que podemos percibir en otros movimientos artísticos, en los cuales hay una cierta independencia entre sus distintas manifestaciones, en el surrealismo se produce una clara identificación entre literatura y pintura. Tal vez porque dicha literatura se basa precisamente en imágenes, es algo así como transcribir una pintura surrealista a palabras.

"El espejo", de René Magritte

El deseo de huida de la realidad terminó con la proximidad de la Segunda Guerra Mundial y, más concretamente, con el comienzo de la Guerra Civil española. En torno a 1936, la literatura se puso al servicio de la ideología política o dio voz al pueblo, aferrándose a la realidad para mezclarse con ella y aspirar a transformarla. Ese realismo se mantuvo durante toda la posguerra, y ha predominado desde entonces –la generación poética de los 50 es un claro ejemplo.


De repente, en pleno siglo XXI, Caballero Bonald afirma que está renaciendo aquel remoto simbolismo, adaptado a los nuevos tiempos. El poeta habla también de presurrealismo para subrayar su diferencia del surrealismo puro y duro, que paradójicamente era una escuela muy cerrada y con limitaciones temáticas. Actualmente impera, según Caballero Bonald, la diversidad, la ausencia de escuelas.

A los jóvenes poetas nos recomienda ciertas lecturas esenciales: los románticos ingleses y alemanes (Keats, Shelley, Holderlin…), las Soledades de Góngora, poetas hispanoamericanos como César Vallejo u Octavio Paz, y los que él considera los tres fundamentales de la literatura española contemporánea: Juan Ramón, Cernuda y García Lorca. A este respecto, me gustaría señalar el paralelismo de las recomendaciones con la trayectoria literaria de Luis Cernuda –que, en anteriores entrevistas, el escritor ha definido como el mejor de la Generación del 27. Cernuda fue el mayor especialista en Bécquer –poeta prerromántico por excelencia-, y se adentró por el romanticismo inglés y alemán –recordemos aquella anécdota según la cual se llevaba un libro de Holderlin al frente durante la Guerra Civil-, muchos de cuyos autores tradujo al español. Su etapa de madurez, con poemas filosóficos y reflexivos, demuestra claramente las influencias. Podemos afirmar, sin lugar a dudas, que Cernuda fue un romántico moderno.

Luis Cernuda, poeta y crítico de la Generación del 27

No conozco lo suficiente la poesía joven actual como para corroborar la opinión de Caballero Bonald pero, en todo caso, personalmente creo que la humanidad no podría permanecer en un interminable estado de irrealidad: todos necesitamos evadirnos –tal vez, algunos más que otros. Y puede ser que en esa aparente irrealidad haya más objetividad que en cualquier otro camino.

martes, 1 de febrero de 2011

Surrealismo lorquiano


Con Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes


El pasado martes 23 de enero, tuve ocasión de asistir a una conferencia impartida por el poeta José Manuel Caballero Bonald en la Residencia de Estudiantes de Madrid sobre Federico García Lorca: “Federico García Lorca: recreación de la palabra”.

Con su habitual genialidad y lucidez –asombrosa, por otra parte, para su edad-, el maestro de la Generación de los 50 nos deleitó con una brillante reflexión sobre las etapas de la poesía lorquiana, tan distintas y a la vez tan conectadas entre sí. Planteó la lírica popular andaluza como un telón de fondo que se mantiene desde el primer Lorca de Libro de Poemas, Canciones o Romancero Gitano, hasta el Lorca cuasi surrealista de Poeta en Nueva York y Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.

Caballero Bonald en el ciclo Maestros x Maestros de la Residencia

Esa lírica popular es precisamente la que le impide considerar sus obras más surrealistas como auténticamente surrealistas. Caballero Bonald señaló que en Poeta en Nueva York, a pesar de tender Lorca hacia un surrealismo puro, en determinados momentos de la obra no puede evitar un giro hacia sus orígenes, e introducir imágenes que, para el movimiento surrealista, podrían ser “demasiado sentimentales”. Caballero Bonald destacó el Llanto por tratarse de la obra en la que Federico combina con mayor soltura sus dos caras poéticas. Veamos, por ejemplo, el contraste entre estas dos estrofas de Alma ausente:

Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.

"El beso", dibujo surrealista de FGL

Lorca siempre se negó a cualquier tipo de adoctrinamiento. En política –a pesar de sus ideas progresistas e izquierdistas- no estuvo afiliado a ningún partido –él decía considerarse del partido de los pobres-; en literatura, nunca quiso encuadrarse en ninguna vanguardia, a pesar de que Guillermo de Torre y otros autores intentaron conducirle por la senda del ultraísmo, en sus tiempos de Residencia. Tal vez quien más consiguió a este respecto fue Salvador Dalí, su íntimo amigo y amor platónico, que por aquellos tiempos comenzaba a unirse al movimiento surrealista y a despreciar todo lo que pudiera considerarse mínimamente sentimental o caduco. Eran los tiempos de los putrefactos y del odio acérrimo al melancólico y blando Platero de JRJ. Federico quedó contagiado en parte de este espíritu, pero sin rebajarse a él y siguiendo siempre su propio camino, como queda demostrado en sus obras a partir de 1929.

Residencia de Estudiantes de Madrid

Podemos hablar, por tanto, de un surrealismo lorquiano, separado del movimiento surrealista más oficial, con características propias y especiales. Una creación del genial autor granadino. Y yo no puedo evitar hacerme la misma pregunta que planteó Caballero Bonald para finalizar su conferencia en la Residencia: ¿si Lorca evolucionó de una forma tan increíble en veinte años, qué nos hubiera deparado su madurez poética si no hubiese sido asesinado en aquel terrible julio del 36?

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