miércoles, 21 de septiembre de 2011

Primera visión de Luis Cernuda

Para los interesados en la Generación del 27, en la literatura o la historia española; también para los que deseen, simplemente, conocer un poco más el aspecto “humano” de nuestros idealizados poetas de la Edad de Plata; recomiendo fervientemente un libro que llegó a mis manos hace dos años: En España con Federico García Lorca. Se trata de una obra elaborada a partir de los diarios del entrañable Carlos Morla Lynch, un diplomático chileno que vivió en Madrid durante aquellos años previos a la Guerra Civil y que se codeó con la flor y la nata de la brillante cultura del momento, en especial con García Lorca. Así, nos relata anécdotas sobre esos personajes que tanto hemos leído en libros de texto, acercándonos más a sus brillantes personalidades.

Portada del libro

Aprovechando que hoy se cumplen 109 años del nacimiento de mi más admirado poeta, Luis Cernuda; aquí os dejo un fragmento del susodicho libro: el momento en que Morla habla por vez primera con Cernuda. Espero, de esta forma, tentaros a que leáis el resto de la obra; realmente lo merece. Y sin más, sumerjámonos en las palabras de Carlos Morla del 27 de marzo de 1932…

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Voy a conocer posiblemente en estos días, por intermedio de Federico, a un joven poeta cuya extraña personalidad me interesa y atrae: Luis Cernuda. […] Llegó a mis manos un día la Antología Española -1915-1931- publicada por nuestro amigo, también poeta destacado, Gerardo Diego, y en ella me fue dado contemplar su efigie: un chico de aspecto tranquilo, elegante y distinguido, sin nada de sombrío, sin nada de vate despreocupado y bohemio. Apariencia de niño grande, a un tiempo simpático y serio, con una nariz graciosa ligeramente respingada que le imprime carácter a su fisonomía.

Fotografía de Cernuda en la Antología de Gerardo Diego

Cada poeta que figura en este florilegio anota al pie de su imagen una manera de apreciación sobre sí mismo. Especie de autorretrato breve, moral e íntimo. Cernuda escribe:

«No valía la pena ir poco a poco olvidando la realidad para que ahora fuera a recordarla, y ante ¡qué gente! La detesto como detesto lo que a ella pertenece: mis amigos, mi familia, mi país. No sé nada, no quiero nada, no espero nada.»

[…] Manolito Altolaguirre, Federico y Rafael Martínez han cenado en casa. Cernuda les había dicho que vendría. Pero no ha venido. En el transcurso de la noche, Manolito ha hablado con él por teléfono y luego me ha llamado para que lo haga yo.

Sufro una fobia invencible ante este aparato. No sé expresar lo que siento cuando no miro a la persona con quien hablo. No comprendo lo que me dice ni ella me entiende a mí. Hay más –y no debería decirlo, porque es una insania-: imagino que tiene la cara verde el ser invisible que se encuentra al otro lado del alambre. Pero cojo, no obstante, el instrumento transmisor.

En este primer encuentro de cuerpo ausente, su voz, dentro de su frialdad explicable, me parece, sin embargo, atrayente y cálida, no así sus palabras, que resuenan en el aparato cortantes y evasivas:

-Estoy cansado, muy cansado, señor Morla, «y deseoso de terminar». (¿?) Este es el motivo que me impide ir a su casa –me dice hablando muy deprisa.

-Me llamo Carlos –le contesto sencillamente.

Repite entonces la frase entera, pero suprimiendo esta vez en ella lo de “señor Morla”.

-Estoy cansado, muy cansado, Carlos…

Y no hubo más…, pero el cambio de tono me satisfizo. Me queda la impresión de que podremos comprendernos y ser amigos.


Carlos Morla Lynch, En España con Federico García Lorca

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