viernes, 21 de septiembre de 2012

Solo frente a la sombra del tiempo


Luis Cernuda en el Paseo Colón de Sevilla, 1934


Aprovechando que hoy, 21 de septiembre, se cumplen 110 años del nacimiento de Luis Cernuda, me gustaría sacar a colación un artículo de un célebre poeta de nuestros tiempos, que volví a leer hace poco, el que asegura que la obra de Cernuda está escrita movida por el odio. El artículo, titulado “Los rencores de Luis Cernuda”, dice lo siguiente:

El caso de Luis Cernuda es extraño, porque une la grandeza a la inseguridad, una obra importantísima a una capacidad desmesurada de odio. Aunque haya quien mantenga ingenuamente que sus desprecios y sus injusticias son fruto de la independencia moral, los rencores de Cernuda nos muestran a un individuo que necesitaba obsesivamente el reconocimiento de los demás, que dependía de los otros hasta unos límites desesperados. Siempre me ha llamado la atención que el autor de La realidad y el deseo, uno de los libros más importantes de la poesía europea del siglo XX, arrastrase a lo largo de toda su vida rencores de poeta menor, traicionando su propio orgullo con una dependencia rabiosa. Ya en un artículo de 1959, el poeta Tomás Segovia se mostraba sorprendido de que los rencores de Cernuda marcasen el rumbo de algunos de sus poemas: «nos habla de conocidos suyos o de su propia familia, haciendo gala de unos sentimientos que no tienen la fuerza de la maldad, la acidez del cinismo, el fuego de la rebeldía, sino sólo una falta, la falta de bondad y de luz del tendero cerril; que son lo que bien podemos llamar torpes sentimientos» (García Montero, 2002: 23).

Tras eso, García Montero continúa citando anécdotas y cartas que, según él, demuestran la profunda mezquindad de Cernuda con sus amigos y, en general, con la humanidad al completo.

Pero García Montero no es el único que se permite juzgar tan duramente –y de forma tan gratuita- el carácter del excelso sevillano. Otros, como Francisco Umbral, tienen el atrevimiento de escribir frases tales como “Cernuda era gran poeta y mala persona” (Umbral, 1994: 182).

Después -¡oh, ironías de la vida!-, me topo con un pseudoartículo de 2002 de uno de nuestros más “prestigiosos intelectuales”, el excelentísimo ex Presidente José María Aznar, autor de citas que lo han hecho más famoso en la DGT que al propio Stevie Wonder, como aquella de: “¿Y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí?”. Un pseudoartículo, decía, titulado “El retorno de Cernuda” –que suena a algo así como El retorno del jedi-, en el que ensalza la figura del poeta como defensor de una España de valores culturales, laicos, educativos y de libertad que resultaban utópicos en los años treinta. Y el autor de dicho artículo es un señor que se dedicaba a pactar con Rouco Varela para mantener adoctrinada a la población, que hundía socialmente a nuestro país y que creía en la educación y la sanidad para unos pocos, como bien demostraba en sus actuaciones políticas de privatización descarnada. Y sin embargo, se permite el lujo de adueñarse de las palabras de Cernuda para aderezar su discurso. ¡Viva la hipocresía! Pero en este país, al contrario de lo que debe pensar Aznar, algunos nos interesamos por la literatura, por la cultura, y disponemos de unos mínimos conocimientos que nos permiten declarar que, si Cernuda levantara la cabeza y oyera su nombre en los labios de semejante personaje, se reiría amargamente, con esa ironía grave tan suya, y escribiría algún poema donde lo pondría verde –y no lo escupiría a la cara porque era muy educado, que si no…

Pero que elementos ultraderechistas como Aznar apoyen su discurso con el nombre de Cernuda es solo un poco más inquietante que el hecho de que escritores que supuestamente se sitúan en un plano ideológico de izquierdas ataquen sin demostraciones verídicas la altura moral del sevillano. Es más, si lo hacen es porque no han leído bien a Cernuda, o porque no han sabido comprenderlo, igual que todos aquellos contemporáneos suyos que lo acusaban de antipático, de mezquino, de frío e insensible. Ya lo dijo el propio Cernuda en su poema “A un poeta futuro”, perteneciente a la obra Como quien espera el alba:

Ahora, cuando me catalogan ya los hombres
Bajo sus clasificaciones y sus fechas,
Disgusto a unos por frío y a los otros por raro,
Y en mi temblor humano hallan reminiscencias
Muertas. Nunca han de comprender que si mi lengua
El mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba

(2005: 341).

Efectivamente. Basta leer cualquiera de sus versos para percatarse de que no es odio, ni rencor, sino amor, el eje de la poética cernudiana. Un amor doloroso a fuerza de no ser correspondido, que se vuelve amargo y desesperanzado, que ataca a la concepción misma de la palabra ante la desesperación a la que conduce la soledad del yo poético. Y así, llegamos al Cernuda que afirma, con terrible convicción, que “la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira” (2005: 218). En una anotación de 1931, escribiendo para sí mismo, descubrimos la siguiente reflexión: “Me destroza esta lucha estéril, esta fuerza amorosa que no teniendo nada a que o a quien aplicarse se vuelve contra mí” (2002: 755). Y en esa reflexión podemos hallar la justificación de todos sus desaires, de las rabietas momentáneas que le llevaron a escribir cosas como:

No valía la pena ir poco a poco olvidando la realidad para que ahora fuera a recordarla, ¡y ante qué gente! La detesto como detesto lo que a ella pertenece: mis amigos, mi familia, mi país. No sé nada, no quiero nada, no espero nada.

Estas palabras fueron escritas por Cernuda a modo de autorretrato, acompañando a su fotografía, en la Antología de Gerardo Diego de 1931. El lector cernudiano primerizo quedará ligeramente sorprendido por ese “detestar” del poeta que alcanza a todo su mundo, de esa actitud de aparente desprecio universal. Aquel otro que se halle familiarizado con la obra de Cernuda, sin embargo, no podrá menos que sonreír y comprender que no se trata más… ¡que de una de las célebres rabietas de Luis! Porque el mismo Cernuda que escribió eso escribió también, en Una comedia inacabada y sin título, que “ningún sueño vale nada al lado de esa realidad que se esconde siempre y que solo a veces podemos sorprender” (2002: 489). He aquí un ejemplo de contradicción, porque en un momento pasa de detestar la realidad “y todo lo que a ella pertenece”, a idealizar una parte de esa realidad que para él se halla oculta. Es un Cernuda más reflexivo el que escribe la última frase, un Cernuda también más maduro, menos impulsivo. La realidad que a él le gustaría alcanzar –lo que llamó “deseo”- se le escapa de entre los dedos al perseguirla, y surge la amarga postura de la zorra de la fábula de Samaniego, que al no llegar hasta las uvas declaró, muy digna, “que, de todas formas, no estaban maduras”.

Luis Cernuda en Ronda, Málaga, septiembre de 1934


“El amor mueve el mundo” (2005: 113), escribió un jovencísimo Cernuda, allá por 1925, en su primer poemario, el malogrado e incomprendido Perfil del aire. Resulta paradójico que, siendo el amor la dimensión vital más importante para el poeta, también fuera la más inalcanzable. El sentimiento de absurdo, de impotencia, que impregnaría su existencia, unido a su natural timidez y a su hipersensibilidad, le conduciría a adoptar una fachada de frialdad, de antipatía teñida de amargura, de resignación ante la soledad. Y sin embargo, a lo largo de toda su obra seguimos sorprendiendo súbitos arrebatos de ternura, de nostalgia de un amor que siempre le fue negado. Los siguientes versos pertenecen a “Drama o puerta cerrada”, contenido en el poemario surrealista Un río, un amor:

Sólo sabemos esculpir biografías
En músicas hostiles;
Sólo sabemos contar afirmaciones
O negaciones, cabellera de noche;
Sólo sabemos invocar como niños al frío
Por miedo de irnos solos a la sombra del tiempo

(2005: 163).

Y es que Cernuda jamás dejó de ser, en el fondo, un alma infantil temerosa de la soledad, por mucho que le dedicara a ésta poemas maravillosos como aquel “Soliloquio del farero” (2005: 223), por mucho que tratara de afirmarse en su papel de misántropo resignado.

También en Una comedia inacabada y sin título encontramos una descripción de uno de los personajes protagonistas, Conrado, que constituye en realidad un autorretrato del poeta, una pista que Cernuda nos ofrece calladamente, para que seamos capaces de comprender la dimensión oculta de su compleja personalidad:

Te juzgan mal y sufres por eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte; siempre desearás un lugar diferente. Eres el extranjero. Qué lástima… Tan guapo… Pareces de plata, que reluces en la noche (2002: 490).

La vida no sonrió a nuestro poeta, y cabe añadir a esto el carácter pesimista y desesperanzado que siempre le acompañó –y que no se debe achacar completamente a su condición homosexual, como parte de la crítica se empeña en sostener. Al final, acabó “yéndose solo a la sombra del tiempo” –al menos, en el plano sentimental-, cumpliendo su mayor temor, cuando en 1963 fue encontrado muerto, a causa de un infarto, en la casa de Concha Méndez, en México, donde pasó la última parte de su vida. Tenía, desde hacía menos de un mes, sesenta y un años.

He leído en muchos estudios sobre Cernuda –y estoy completamente de acuerdo- que toda su obra poética y en prosa es autobiográfica: se busca a sí mismo constantemente en cada uno de sus personajes, de sus palabras, de sus poemas. Por eso no acabo de entender cómo alguien que haya leído la obra cernudiana puede afirmar que odió o que fue “mala persona”, cuando él mismo se desnuda en cada texto y se presenta vulnerable, como siempre fue: tremendamente vulnerable y enfermo de tristeza, o nostálgico de imposibles. Leer a Cernuda con atención es también comprenderle: resulta imposible no hacerlo. Y comprenderle es sentir una oleada de complicidad, como quien escucha a un amigo íntimo, a un amigo de toda la vida. Eso es lo que él pretendía cuando, en “A un poeta futuro”, escribió:

Y alcanzar aquel muro del espacio
Separando mis años de los tuyos futuros.
Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo amigo,
Que otros ojos compartan lo que miran los míos.
Aunque tú no sabrás con cuánto amor hoy busco
Por ese abismo blanco del tiempo venidero
La sombra de tu alma […]

Cuando en días venideros, […]
lleve el destino
Tu mano hacia el volumen donde yazcan
Olvidados mis versos, y lo abras,
Yo sé que sentirás mi voz llegarte,
No de la letra vieja, mas del fondo
Vivo en tu entraña, con un afán sin nombre
Que tú dominarás. Escúchame y comprende.
En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,
Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos
Tendrán razón al fin, y habré vivido

(2005: 341-342).

Cuando le escucho, cuando le comprendo como la amiga futura que tanto deseó, no puedo evitar preguntarme cómo hubiera sido la poesía de un Cernuda enamorado, y correspondido en su amor. Si de verdad a su amado “le hubiera dado el mundo”, como a aquel anónimo muchacho andaluz de su poema:

Te hubiera dado el mundo,
Muchacho que surgiste
Al caer de la luz por tu Conquero,
Tras la colina ocre,
Entre pinos antiguos de perenne alegría.

[…] Si el amor fuera un ala

(2005: 221).



RECURSOS:

AZNAR, José María (2002). “El retorno de Cernuda”. El Cultural.es.
CERNUDA, Luis (2002). Prosa I. Derek Harris (ed.). Madrid: Siruela.
CERNUDA, Luis (2005). Poesía completa. Derek Harris (ed.). Madrid: Siruela.
GARCÍA MONTERO, Luis (2002). “Los rencores de Luis Cernuda”.  Revista de Occidente 254-255, 19-37.
UMBRAL, Francisco (1994). Las palabras de la tribu. Barcelona: Planeta.

2 comentarios:

Defensor de Cernuda dijo...

Todos sabemos que Luis García Montero -junto a los otros dos del "clan", Grandes y Prado- exprimió cual limón y hasta la extenuación a Ángel González, paseándolo y exhibiéndolo por todo tipo de congresos y conferencias, a cambio del consabido cheque. Y esta gratuita descalificación de Cernuda denota un desconocimiento de su poesía, porque no hay ningún fundamento filológico que apuntale que Cernuda padecía una "dependencia rabiosa" de los demás y odiaba con rencor. Eso así, dicho por las buenas, descalifica al Montero que se echa al monte a cazar cernudas... Mal, muy mal, un demérito más en su currículum. Cernuda trascendió su tristeza y su hondo desamor -ni odio ni rabia- y se auxilió de la poesía como nadie en toda la historia de la literatura. Enhorabuena por este magnífico artículo, Marina.

Anónimo dijo...


Luis García Montero es el gran traidor de Ángel González. Se aprovechó de él en vida y cuando yo impedí en lo que pude para que lo
siguiera haciendo después de su muerte me difamó.
Susana Rivera, mujer de Ángel González

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